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Ebrard, o no sabe o miente (artículo editorial)


Rosario Robles

El jefe de Gobierno, menospreciando a los ciudadanos, piensa que puede vender la idea que quedó atrás hace tiempo de impulsar una coalición con el panismo para frenar al PRI.
Ilustración: Luis Miguel Morales
En su afán desesperado, Marcelo Ebrard cree que puede engañar. Montado en la propuesta de intelectuales, personalidades y líderes de diferentes partidos políticos, pretende habilitar, por la puerta de atrás, su pretensión de ser el candidato de una alianza PAN-PRD. Dice que la disyuntiva es un gobierno de coalición o el regreso del PRI. Que quienes desde la izquierda se oponen a esta propuesta se olvidan de que el Gobierno del Distrito Federal tiene esas características. Nada más falso. En primer lugar, porque los promotores de un gobierno de coalición se refieren a la construcción de alianzas del partido que gane la Presidencia con otros representados en el Congreso para garantizar la gobernabilidad democrática. No tiene nada que ver con los pactos electorales, sino con las que se establecen en el momento de gobernar para generar mayorías sin tener que recurrir a una cláusula de gobernabilidad que nada tiene que ver con el momento actual. Eso quedó atrás desde 1997. Dicha proposición tiene su origen en el hecho de que, frente a un panorama de elecciones competidas, el ganador no cuente con una mayoría significativa para echar a andar sus compromisos. De ahí la necesidad de aliarse con partidos que, sin haberlo apoyado en la contienda, sí serían proclives a establecer acuerdos en el Congreso para impulsar una agenda común. Supone también la creación de la figura del jefe de Gabinete y la ratificación de algunos miembros del primer nivel del gobierno por parte del Congreso (figura que existe ya, por ejemplo, para el titular de la PGR sin que esto haya sido verdaderamente relevante). Nada de estos presupuestos existen actualmente en el gobierno de la Ciudad de México. No es de coalición. Sí es un gobierno producto de una alianza electoral que, por lo demás, no se refleja en las políticas públicas ni en el nombramiento de quienes han acompañado al actual jefe de Gobierno. El propio PRD fue desplazado significativamente de las posiciones más importantes de la administración y uno de sus más conspicuos representantes acaba de sufrir un revés al ser obligado a renunciar. Ninguno de sus integrantes se ha puesto a consideración de la Asamblea Legislativa, de haberlo hecho seguramente algunos hubieran sido rechazados por su historial en la ciudad. Eso lo sabe bien el actual jefe de Gobierno pero, menospreciando a los ciudadanos, piensa que puede vender la idea que quedó atrás hace tiempo (por lo menos desde que se llevó a cabo la elección mexiquense) de impulsar una coalición con el panismo para frenar al tricolor. Habla de que de ganar ese partido se regresaría al viejo régimen. Pretende colocar a las fuerzas progresistas frente a esa disyuntiva, cuando desde la lógica de la izquierda lo natural sería considerar que si existe un revés es justamente el que nos deja el gobierno actual. Más de 50 mil muertos, más pobreza y desigualdad, más violencia son las pruebas contundentes de que lo que urge es rescatar al país de quienes ahora lo gobiernan. Que el avance democrático no puede ni debe ser por la vía de una alianza con la derecha.
Pero la amnesia no sólo es de quien comanda ahora los destinos de la ciudad. También es de quienes representan al sol azteca en la Cámara baja (los senadores perredistas votaron en contra), pues contrario a sus postulados históricos han querido implantar, junto con el blanquiazul, la reelección de legisladores y presidentes municipales. Se argumenta que con esa figura se obligaría a la rendición de cuentas y habría más control de los ciudadanos. Se dice que no se violenta nuestra historia porque no implica el ámbito presidencial. No obstante, lejos de resolver el problema dicha propuesta abre la puerta para que en un futuro no muy lejano se deje atrás el principio de la no reelección en la Presidencia que se construyó con la sangre de cientos de miles de mexicanos. Lo paradójico es que quienes promueven la necesidad de fortalecer el poder ciudadano se nieguen a llevar a consulta popular una iniciativa, que como la reelección, transforma paradigmas y en la que, a decir de las encuestas, la mayoría no está de acuerdo. Bien vale la pena un debate amplio y profundo. Estamos hablando de 100 años de historia y de que algo tan importante no puede resolverse pensando qué tanto es tantito.

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