Octavio Augusto Navarrete Gorjón
I
Jorge Salvador Aguilar es un intelectual imprescindible para entender
este tiempo guerrerense. Hizo una de las principales contribuciones
teóricas desde la izquierda para explicar la transición democrática y
mantuvo en sus trabajos una visión de futuro y una propuesta de
programa.
Nació en un pequeño pueblo del municipio deZirándaro
y desde muy joven desarrolló una vocación definitiva por el arte y la
cultura. En 1979 publicó su primera novela, que lleva el nombre de la
región que lo vio nacer: Tierra Caliente. Cuatro años después obtiene
el segundo lugar en uno de los certámenes de poesía más prestigiados: el
Premio Carlos Pellicer, del estado de Tabasco. Se formó
profesionalmente en la Facultad de Ciencias Políticas de la
UNAM, donde formó parte del equipo interdisciplinario que coordinaba don Pablo González Casanova.
II
Aguilar Gómez trajo a la izquierda guerrerense un concepto, un método
y una interpretación de los hechos siempre colocada del lado de los que
luchan, los que sufren, los que resisten. En ese sentido, es uno de
los intelectuales más ortodoxos de la izquierda. Por eso su prosa es
atractiva, porque expresa siempre, aunque él no se lo proponga, la
visión y las esperanzas de muchos que encuentran en ella la confirmación
de sus sentimientos más elementales, que después de leer sus artículos
se convierten en certezas confirmadas.
Jorge Salvador Aguilar
es lo más cercano a un verdadero intelectual orgánico de la izquierda.
No sólo piensa y escribe desde ese lado de la geometría política, milita
además en ella y de vez en cuando se inmiscuye en sus
polémicas
internas. Si en la izquierda hubiera justicia, él debió haber sido
diputado y senador desde hace mucho tiempo, pero su partido y su
corriente quisieron que sólo polemizara en diarios, revistas y libros,
no en las tribunas parlamentarias, donde tienen a cualquier mequetrefe,
menos a un intelectual.
Hasta antes de él, la izquierda
guerrerense no tuvo debates escritos que trascendieran. Las polémicas
que siempre había (en la UAG, por ejemplo), al carecer de substancia, se
consumían en sí mismas, como un fuego fatuo. Con los artículos de
Jorge Salvador Aguilar el debate se vuelve parte de la cultura política y
trasciende más allá del ámbito de los iniciados. En sus escritos, la
gente a veces sólo confirma sus intuiciones y esperanzas, sus hartazgos.
III
Su concepción transcurre en una mezcla de realidad y de nostalgia
(la nostalgia, esa inconformidad con el hoy en que a veces se manifiesta
la utopía). A los ciudadanos que se oponen al proyecto hidroeléctrico
La Parota les dice que en el pueblo donde nació (que por algo se llama
La Calera) hicieron una obra que destruyó las calles polvosas donde
jugaba de niño. No dice si las calles están mejor o peor, si continúan
polvorientas o están pavimentadas, sólo afirma que no son las mismas;
recurso sin duda válido para quien vivió y disfrutó a plenitud su
infancia, a pesar de las limitaciones propias de los pobres de aquella
región (y de cualquiera). Recordemos que la utopía no es un sueño
fantasioso, sino algo que está anclado a una realidad que siempre en el
pasado fue mejor. Las masas van tras la utopía porque creen firmemente
que es realizable; ello explica por qué en muchas ocasiones, en los
procesos revolucionarios, la gente soporta condiciones peores a las que
tenía en el antiguo régimen; siempre y cuando los sentimientos y
limitaciones de entonces no la regresen a aquella realidad de la que
viene huyendo.
En una ocasión un oficial del ejército mexicano
marchó en la capital del país enarbolando algunas demandas. El escritor
escribió un ensayo donde veía con muchas posibilidades la protesta del
militar, de quien dijo – entre otras cosas – que ostentaba el mismo
grado que Hugo Chávez (teniente coronel). La
revolución Bolivariana estaba fresca y era vista con mucho optimismo por la izquierda a nivel mundial.
El optimismo en Jorge Salvador Aguilar no es sólo un rasgo de
carácter, sino parte importante de su concepción del mundo. Sólo
alguien excesivamente optimista pudo haber soportado con sus
convicciones intactas más de un tercio de siglo publicando artículos
políticos. Chavita era un optimista irredento; hace cinco meses
celebraba en uno de sus artículos la candidatura de Alejandro Encinas en
el Estado de México y abrigaba la esperanza (no era el único) de que un
triunfo en aquel estado pusiera de regreso a la izquierda en la disputa
por la elección federal del 2012. Las encuestas decían otra cosa, pero
en México alguien que quiera ser, pensar y escribir desde la izquierda
tiene que ser tan optimista como Jorge Salvador Aguilar. Si el analista
se deja llevar sólo por la realidad y el dato duro, mejor que se
dedique a otra cosa.
El escritor creía firmemente que otro
mundo era posible y en ello empeñó sus afanes y su desapego por todo lo
demás. En la dedicatoria de uno de sus libros dice que la generosidad,
la sencillez y la inteligencia riñen como cualidades del sabio; Chavita
era un sabio, por eso prefería escribir en lugar de conseguir riquezas u
otras cosas materiales.
IV
A Jorge Salvador Aguilar debemos la primera interpretación política
de la transición guerrerense. Su obra “La alternancia del Gatopardo”,
en la que define al régimen de Zeferino Torreblanca, constituye un
esfuerzo sólido por caracterizar al primer gobierno de la transición.
Congruente con su forma de pensar, Aguilar Gómez mantuvo a lo largo del
gobierno de Torreblanca Galindo una actitud crítica, que prolongó
durante la campaña y los meses que lleva gobernando Ángel Aguirre.
Respecto a estos temas mantuve con él discrepancias que ya no puedo
expresar pero que a él sí le expliqué.
Aguilar Gómez tiene
un concepto marxista de la historia y su método es concordante con esa
concepción. En un párrafo central del libro que citamos afirma que:
“(Zeferino Torreblanca) siempre se cuidó de no prometer nada
Concreto, más allá de honradez y eficiencia administrativa, pero no
eran necesarias promesas para alimentar las esperanzas populares.
Era obvio que el ciudadano no estaba votando para elegir a un pulcro,
eficiente y honrado gerente, querían un estadista que representara sus
interesesy los llevara a una sociedad justa, menos desigual y excluyente.
(La alternancia del Gatopardo, pag. 71)
Por
supuesto que hubo muchas motivaciones, diversas y plurales para votar
por Torreblanca; desde el simple hartazgo hasta el voto consciente y
militante de los izquierdistas, pasando seguramente por los acuerdos con
sectores del empresariado y de la nomenclatura priísta. Pero lo que
Aguilar Gómez intenta en su libro no es desmenuzar las múltiples
motivaciones de los votantes; no, se trata de crear una categoría
analítica que ayude a la comprensión de un fenómeno social, donde
confluyen miles de motivaciones personales, pero que deben hacerse a un
lado para que se coloquen las frases que resumen el concepto. Ese es el
método en la historiografía marxista y Jorge Salvador es fiel a él a lo
largo de todos sus trabajos de análisis político.
Por eso es
valiosa su obra, porque arriesga en la búsqueda de ejes ordenadores y se
aventura a proponer categorías analíticas que condensan una realidad
que seguramente es más rica que el concepto. Frente a la grisura de los
trabajos anteriores, que oscilaban entre la proclama y la perorata sin
rigor analítico, él propone un concepto y un método riguroso para
aprehender la realidad política guerrerense; ese no es un mérito menor.
Los materiales de Jorge Salvador Aguilar son textos de combate, tienen
vida y no deben ser condenados a la reclusión en las bibliotecas (por
eso escribo en presente lector amable; no digo “fue” en la primera frase
de este ensayo, sino “es”, porque esa es la conjugación correcta para
un inmortal).
Tenemos el concepto y el método mediante los
cuales llegamos a una interpretación de los hechos. Aquí la
imparcialidad no existe, el que escribe lo hace desde una perspectiva y
tratando de llegar a ciertas conclusiones; lo que
sí debe existir
es la objetividad, está prohibido tergiversar, falsear o manipular los
datos. El investigador-escritor raramente es imparcial, pero siempre
debe procurar ser objetivo.
El cuadro no está completo todavía;
ya está la interpretación pero falta la perspectiva, lo que necesitamos
hacer para dejar atrás, en el caso del estado de Guerrero, las graves
condiciones económicas y sociales en que vive nuestro pueblo, faltan las
tareas concretas para acercarnos a la utopía. El último párrafo de su
libro es aleccionador al respecto:
“Pero no es sólo con grandes movilizaciones nacionales como aflorarán
estas contradicciones, sino luchando con programas concretos en cada
estado; en Oaxaca por derrumbar el caciquismo que obstaculiza el
desarrollo político y social del estado, en Chiapas, por fortalecer el
movimiento indígena y resolver los grandes rezagos sociales, en Gue
rrero, por profundizar y reencauzar la transición democrática hacia
un proyecto popular, Michoacán, por recuperar la gobernabilidad esca
timada por el poder del narcotráfico. Será una larga lucha que ganará
no sólo quien tenga más recursos y más resistencia, sino quien tenga la
razón histórica y ésta casi siempre está del lado del pueblo” (op. cit.,
pag. 145)
Lo dicho, hay un concepto y un método que orientan la búsqueda y una
interpretación de los hechos. Faltan las tareas para acercarnos al
futuro y Jorge Salvador Aguilar las enumera didáctico; nos da el remedio
y el trapito, como lo hacía Lenin. En la izquierda clásica a eso se le
llamaba “dar línea” y sólo lo podían hacer los que investigaban y
analizaban con rigor la realidad desde una
visión de partido. Antonio Gramsci los llamó intelectuales orgánicos; Jorge Salvador Aguilar es uno de ellos.
V
Una frase de su puño y letra, escrita en la dedicatoria de aquel
libro, define el carácter de la relación que mantuvimos: “Para mi gran
amigo… por nuestra mutua coincidencia en el mundo de la reflexión y la
crítica”. Lo conocí en la campaña por la candidatura perredista del
doctor Jaime Castrejón Díez; antes lo había leído en las páginas de El
Sur.
Coincidimos en varios foros y mesas redondas.
Seguramente nos invitaban con la idea de que polemizáramos y así lo
hicimos varias veces. Con cada encuentro alimentábamos nuestro
conocimiento el uno del otro. Después, ya en los brindis o en los
postres, surgían pláticas que nos llevaban ineludiblemente a nuestra
infancia; entonces la rigidez académica y la pasión con la que
debatíamos, se transformaban en una charla amena donde reinaba siempre
el buen humor. Así fue creciendo entre nosotros una relación respetuosa
y fraterna, alimentada por los buenos auspicios de amigos en común,
como el diputado Filemón Navarro, a quien debo el último encuentro
personal con nuestro Maquiavelo hace ocho meses, en un auditorio de la
Escuela de Ciencias Sociales de la UAG.
En el año 2001 el PRD
guerrerense organizó un encuentro en Acapulco para analizar la realidad
nacional. En el cartel de propaganda están los nombres de Carlos
Monsiváis, Carlos Montemayor, Jorge Salvador Aguilar y el del que
escribe. Chavita y yo estábamos nerviosos ¿Qué íbamos a decir junto a
aquellos gigantes de las letras mexicanas?. Cuando el foro concluyó,
tal vez porque notaron nuestro nerviosismo, René Lobato y Rosario
Herrera nos regalaron un cartel a cada uno. El mío lo conservo en un
lugar visible de mi casa.
La última vez que platiqué con
Jorge Salvador abordamos el tema del deceso (reciente en ese tiempo) de
ambos escritores. Le dije entonces, parafraseando a un sobreviviente
español de la guerra de Cuba de 1899: “ni modo Chavita, la próxima vez
que la muerte se acuerde de aquella mesa redonda vendrá por uno
de nosotros”. Hermano, sobreviviente alegre y optimista de todos los
naufragios de la izquierda: como en tus artículos, en tu partida
alimentas el conocimiento y conviertes las dudas en certezas, hoy ya
sabemos a quién buscará la flaca cuando vuelva a acordarse.
VI
Hace quince días me mandó un correo que, contra su costumbre de
parquedad en los medios electrónicos, era muy efusivo, me habló de
varios ensayos que le había enviado: “todos los leo con el interés de
siempre Octavio, aunque a veces seguimos sin coincidir, no importa”.
Luego, en otro, me invitó a la presentación de su novela: “El príncipe
de Florencia, la invención del poder”´; “Sé que por tus ocupaciones no
puedes asistir a México, pero te espero en Chilpancingo, ya tengo tu
ejemplar, no me quiero perder tu crítica”.
Esa última frase me
rebotó en la cabeza varias veces cuando Sofía Rodríguez Mera me
comunicó la noticia con palabras que quisieron ser suaves: “¿Qué sabes
de Chavita Aguilar, Octavio?” “Nada; bueno, sí, que presentará su libro
en Chilpancingo el 24 y que adelantaremos tres días los festejos por la
erección; le dije que a estas alturas toda erección debe celebrarse, más
si coincide con mi cumpleaños. En eso quedé con él hace tres días”.
“Dicen que murió” – me respondió Chofi – “¿Quién dice? Debe ser una
broma”. “Su correo electrónico,
de ahí viene la noticia”.
Efectivamente, en su correo
estaba la noticia que me dañó incluso físicamente. No lo podía creer,
no lo puedo creer todavía Chavita. Escribo estas líneas el trece de
octubre, a las cuatro de la tarde, hora en que la envoltura material de
tu espíritu de hombre bueno y sabio está entrando a la cámara de
cremación. Te recuerdo como eras y se me hace una gran injusticia del
destino que a un pueblo y un estado tan en la oscuridad se les apague
una de sus más grandes luminarias.
CORREO CHUAN
El
diputado Efraín Ramos Ramírez ya es presidente de la Mesa Directiva de
la Cámara de Diputados; en esa circunstancia, le corresponde responder
en nombre del congreso el primer informe de gobierno de Ángel Aguirre
Rivero. El acto solemne deberá ser en febrero o marzo del próximo año;
justo en la víspera
de las campañas federales y locales. El
legislador coyuquense tendrá una gran oportunidad de proyectar su imagen
de buen político, que conjuga convicciones y sentido de la oportunidad y
de colocarse tempranamente a la cabeza del
pelotón que disputa candidaturas primero y después la presidencia municipal del municipio que lo vio nacer.
Las protestas del magisterio deben ser atendidas con tolerancia y no
con toletes. En descargo del gobierno que los reprimió (no sabemos si
el estatal o el municipal), debe decirse que tempranamente se instaló
una mesa de diálogo con un movimiento que surgió como un paro loco (sin
emplazamiento, sin propaganda y sin aviso previo); debe decirse también
que la represión más legítima hubiera sido descontarles los días que no
han trabajado.
En otro tema, el gobierno del estado mandó
malas señales. Se habló primero de la necesidad de incrementar el
presupuesto estatal en 29 mil millones; se dio a conocer que el de este
año se redujo en tres mil millones y finalmente se envió al congreso un
proyecto por 38 mil, prácticamente el mismo monto que el del año pasado.
En el contexto, el Ejecutivo alertó en una conferencia en la ciudad de
México que en Guerrero, asolado por la violencia del crimen organizado,
podría resurgir la guerrilla debido a la situación de pobreza que
padecemos. El dato es inexacto; la guerrilla no surge por las carencias
económicas (que sin duda multiplican sus efectos y ayudan a sus
proclamas). La guerrilla surge por la falta de canales democráticos de
expresión y por la carencia de libertades políticas; la situación
económica de Guerrero es peor que en 1967, cuando Lucio Cabañas tomó las
armas; pero hoy existen canales abiertos de discusión y un ambiente
razonable de libertades democráticas.
El problema mayor no es
sólo esa inexactitud. El asunto es que las reglas para conseguir
recursos han cambiado radicalmente y las declaraciones tremendistas
acerca de nuestra pobreza (tan cierta que ya somos campeones:
desde hace dos semanas somos el estado más pobre del país ¡Vaya
mérito de nuestros políticos!) no ayudan en nada. Las fórmulas mediante
las que se asignan montos y proporciones en el presupuesto federal nos
favorecen por ser un estado marginado. Pero cada vez hay más
resistencia de los estados del norte para seguir apoyando mediante esas
ecuaciones a regiones donde toda propuesta de inversión se politiza y se
frena.
En campaña, Ángel Aguirre dijo que incluso marcharía a
México para conseguir subsidio para la UAG y ahora pronuncia la palabra
“guerrilla” como una forma de llamar la atención sobre nuestra grave
situación de pobreza. Mala señal para los mercados.
Se fue
Miguel Ángel Granados Chapa, primer periodista profesional de México y
poseedor de un estilo insuperable. Se fue como vivió: en la austeridad y
alejado de estériles protagonismos. Después de citar a Discépolo y su
tango
“Cambalache”, escribió una frase de despedida tan sencilla como
elocuente: “no nos volveremos a encontrar”. ¡Hasta siempre, maestro!.
El correo chuan dice que con las ausencias de Jorge Salvador Aguilar y
de Miguel Ángel Granados Chapa las letras guerrerenses y mexicanas
pierden a dos de sus más grandes exponentes. Dice también que Efraín
Ramos Ramírez tomará ventaja en el arrancadero por la presidencia de
Coyuca de Benítez y que para conseguir recursos que ayuden a superar
nuestro atraso se requieren más calificaciones crediticias que
declaraciones de alerta temprana. Zapata 21 se extingue; será pronto un
museo universitario y aquí sigue siendo una dirección de bellos
recuerdos. E-mail: correochuan@hotmail.com
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