Por: Juan
López
Nota: Esta semana ve voy de vacaciones.
Nos leemos en Enero. J.L.
Nació pobre y los pobres piensan diferente a
los ricos. Sueñan, no trabajan. Envidian, no proyectan futuro. En la campirana
zona de La Venta, región aledaña al
puerto. Miserable por sus seres y sus bienes. Destartalada barriada que anida
gente que no piensa. En muladar semejante el joven universitario aspiró hondo
el vaho
revolucionario.
Su discurso impregnado de menciones al Ché Guevara era obligatorio en sus
arengas tras la rectoría de la UAG. Duro de carácter. Todo en él parecía
verdad. Nadie imaginó que tras dicho semblante se escondía, reptilíneamente la
emboscada: el mañana burgués, la comodidad del presupuesto y la magia de la
nómina que convierte en bomberos a los más rudos incendiarios.
Florentino pasó, sin vacuna moral alguna,
los vericuetos de la putrefacta administración universitaria. Conoció de sus
arreglos ignominiosos, los aceptó y los mejoró. Asintió el refugio ímprobo de
las élites, las cofradías de los ex rectores que cobran salarios que no
devengan. Se sintió cómodo y dichoso cuando supo de la estructura económica que
priva en la Máxima Casa de Estudios, bajo el mando de los mil ex funcionarios,
quienes ahora como caciques, son becarios permanentes de la piñata en que han
convertido el fabuloso subsidio de la UAG.
Florentino no sólo se dio espacio para
facilitar la corrupción que tan bien lo beneficiaba, se hizo contratista y gozó
de la malaria que se llama en las entretelas de la movida, el diezmo: artimaña
que hace a los patronos de la autorización económica, beneficiarios del 10 por
ciento de todo el dinero que se utiliza en obras y servicios. Un Rector puede
(y badulaque si no), quedarse con tal estipendio que la mera maniobra le
facilita, sin sudores ni investigación alguna.
Su biografía habría de llevarlo por un
tobogán a más chuecuras imperdonables. Fue secretario general del Ayuntamiento
haciendo par con un anti-Alcalde, al que sólo salva el ridículo, burla de la
picaresca, payaso tropical y tan cínico como cualquier bandido.
Soñó, al final de un trienio apocalíptico, ser
presidente municipal de Acapulco. Para estas fechas había mejorado de estilo.
Ni por equivocación invocaba al Ché, ni a las izquierdas maoístas, ni daba
ejemplos de adalides que basaban en su honestidad el éxito político. Jamás
repitió El Sueño de Luther King, ni el radicalismo de Lenin, Trotsky y otras
nomenclaturas que cuando pobre eran su ostia rutinaria y su amén en cada
provocación.
Ahora sabía que la obesidad es una
enfermedad progresiva y mortal. Que disminuir la porción alimenticia es tan
difícil como dejar un vicio. Que la gula fue designada pecado capital por una
jerarquía eclesiástica glotona y convenenciera. Que los años se multiplican
encima de uno y marchitan no sólo la musculatura, también la conciencia y
desprotegen la moral que se dobla con cualquier cifra de dinero mal habido.
Ahora, es diputado estatal; alcabala natural
en su glotonería. De aquel jovencito virulento, cáustico y mordaz, no quedan
más que los recuerdos entre algunos pecadores de su generación. Burgués,
derechohabiente de la élite política, abandonó con asco su colonia marginal, su
Venta trasera y privada de luz, agua, pavimento y sin servicios urbanos que le
hacían la vida tan desgraciada.
Hoy vive en Brisa Mar: territorio 5
estrellas, nuevos ricos, vecinos privilegiados, vista panorámica de La Bahía de
Santa Lucía, alberca que se tiñe de un turquesa azul. Atardeceres románticos.
Silencio de gente que descansa y hace negocios redituables. Lee a Paulo Coelho.
Oye a los Beatles, a Brahms. Bebe vino rojo-sangre. Come a sus horas y sólo le
preocupa encontrar y pronto, nuevo partido que le siga proporcionando otra candidatura,
con la que pueda continuar su glamoroso tren de vida.
¡Ojala y lo logre!
PD: “Ya somos todo aquello contra lo que
luchamos a los 20
Años”: José Emilio Pacheco.
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