Octavio Augusto Navarrete Gorjón
A la memoria de Cuauhtémoc Sandoval Ramírez.
Amigo, compañero, internacionalista.
I
El Príncipe
de Florencia es la obra cumbre de Jorge Salvador Aguilar. Lo es por necesidad: su autor murió días
antes de la presentación; pero sobre todo lo es porque en esa novela histórica
se potencian sus cualidades de escritor y su pluma logra párrafos excelsos.
Se trata de
la biografía de Nicolás Maquiavelo; es también la apretada síntesis de una
época, el Renacimiento, donde comienza a correrse el espeso velo del
oscurantismo. En el libro se relatan
magistralmente las conjuras de Reyes, nobles, cardenales y generales, para
apoderarse de ciudades, principados y solios pontificios. Tal vez los personajes de esa época no
hablaban como lo relata el autor, pero al escoger las frases, el relator
simplifica teorías y logra que el lector distinga el perfil de los personajes
con sólo leer una frase.
II
La lectura
de la obra es agradable. Una prosa ágil
y sencilla dirige al lector a un paseo por la Europa de los siglos XV y XVI,
cuando se están consolidando o formándose los Estados-nación que hoy conocemos. En ese tiempo el mapa de Europa, sobre todo
el de Italia, cambian a cada rato y las ciudades pasan del dominio de un reino
a otro; de la hegemonía de una fracción política a otra y los ejércitos
mercenarios se alquilan a quien pueda pagarles.
Florencia
no es la excepción; la ciudad donde crece y vive Nicolás Maquiavelo es
escenario de conjuras que hacen que el poder cambie de manos y que se instauren
modas políticas y tradiciones que duran lo que un suspiro. Independientemente de esas modas y banderías,
la ciudad mantiene una espléndida continuidad en lo que será su sello
distintivo: la existencia de una pléyade de intelectuales y hombres de ciencia
en los cuales fincará su prestigio como
la ciudad más culta de Europa. Es
también la ciudad de Girolamo Savonarola, el monje dominico que desde el
púlpito encabezó una verdadera cruzada contra la riqueza y las desbordadas
pasiones que se instalaron en el Vaticano.
En su hoguera de las vanidades ardieron muchos lujos y riquezas de la
nobleza florentina; su prédica implacable terminó instalando en la ciudad un
gobierno inspirado en su discurso; hasta que la Inquisición se cansó de
escucharlo y lo quemó en la hoguera.
La vida del
primer tratadista de política moderna se alimentaría de esta tradición cultural
y de la lectura de toda la antigüedad clásica latina y griega (Tito Livio,
Plutarco, Dante, Petrarca, Bocaccio); es decir, de lo mejor que había producido
eso que después se llamaría “la cultura occidental”. Maquiavelo no se nutre sólo de teoría; su
paso por el poder, primero como ayudante y después como Secretario de la
Signoría florentina (el Consejo de los Grandes), lo convierten en un personaje
clave para tejer acuerdos con Estados, imperios y ciudades antagónicas. En esas tareas, Maquiavelo cruza los Alpes
cuando menos en doce ocasiones. Sus
embajadas corrieron con muy diversa suerte, las hubo exitosas y desastrosas; en
otras lo relevaron de su encargo cuando estaba a punto de conseguir un buen
acuerdo. Esos resultados polivalentes fueron
el signo de su vida, desde el amor, donde pasó del infortunio a los placeres, y
la guerra, donde obtuvo el rescate de Pisa, la derrota de Prato y fueron
licenciadas sus tropas cuando con sus patriotas florentinos estaba a punto de
rendir a un ejército de mercenarios.
Una ciudad
sin un ejército propio no puede defenderse de las agresiones de aventureros y
mercenarios. Maquiavelo convence a la
Signoría y le encargan el reclutamiento de contingentes de patriotas, con los
que recupera la ciudad de Pisa, poniendo a prueba el ingenio de Leonardo Da
Vinci, que desvía el cauce del río que surtía de agua a la ciudad, que después
de un mes de sitio se rinde a las fuerzas del Secretario. Sería derrotado después en Prato por el
ejército español, que saqueó Florencia y realizó una de las matanzas más
abominables de la historia.
Depuesta la
República y reinstalado el domino de los Médicis, Maquiavelo es destituido y
después encarcelado, torturado y liberado por una providencial amnistía. De regreso a su hogar, escribe De
Principatibus, la obra que resume sus conocimientos teóricos y prácticos acerca
del poder.
III
El Príncipe
de Florencia puede leerse también como el testamento político de Jorge Salvador
Aguilar. A lo largo de sus páginas, el
lector curioso puede encontrar varios párrafos donde el autor se retrata a
través de sus personajes. Tal vez por
eso en los diálogos se escogen aquellas frases que de un solo golpe definen al
protagonista. Ello le da a la obra una
fluidez difícil de conseguir en los relatos históricos, en los cuales, a
diferencia de la ficción literaria, el escritor tiene que seguir una trama ya
previamente establecida por los hechos. Casi
al final del libro, Jorge Salvador Aguilar afirma que:
“Entre
sus manos, Nicolás tiene el opúsculo donde está lo que ha aprendido sobre el
poder. Como todas las joyas invaluables,
es pequeño, brillante, misterioso. Ahí
está encerrado lo que ha traído de su viaje al infierno, durante los duros días
de su cautiverio, lo que le habían enseñado sus sabios contertulios en las
noches del Albergaccio, lo experimentado en sus catorce años sirviendo a
Florencia, lo leído en los gestos de los reyes, en las miradas desdeñosas de
los Papas, en las sonrisas intimidante de los tiranos, en las amenazantes
frases de César Borgia, en los encantadores desplantes de Caterina Sforza, en
sus largas noches de desvelo al frente de la Cancillería. Aquí está la esencia de la política; sus
trampas, sus callejones secretos, los atajos.
Lo contempla con cariño, lo acaricia tiernamente. Sólo quien haya tenido en sus manos a su
primer hijo, largamente esperado, puede entender los sentimientos que albergaba
en su alma. El pequeño volumen que tiene
en sus manos es mucho más que un libro; ahí está concentrado no sólo su amor a
la política y a Florencia, sino sus sufrimientos y esperanzas”. (Pag. 357)
Es a
Maquiavelo a quien se refiere, pero lo mismo podría decirse del autor, que
sufrió y gozó con la escritura de este libro, donde resume sus pasiones, sus
aciertos y sus reveses. Lo mismo le
ocurre a otro escritor guerrerense; Renato Ravelo Lecuona dice en Historia de
Juan: “Escudero inicia entonces una actividad febril”. Después de esa frase, Renato logra un párrafo
¡de sesenta cuartillas!. No, la
actividad febril y la hiperactividad no eran de Juan Ranulfo Escudero; él
estaba muy tranquilo incluso horas antes del martirio, esperanzado tal vez en
las promesas que su madre había obtenido de un sacerdote. En ese extraordinario esfuerzo literario, que
rompe cualquier reto de acumular palabras antes de un punto y aparte, Renato
Ravelo relata su propia prisa, originada por un cáncer terminal que lo acuciaba
a terminar su obra.
IV
La obra es
buena, pero la revisión literaria y el corrector de estilo dejaron pasar muchos
errores ortográficos y de dedo (por ejemplo: ‘paldín’ en lugar de paladín,
exitante en lugar de excitante y malesa en lugar de maleza). Son errores que no interrumpen la fluidez del relato; aunque sería bueno
eliminarlos en ediciones posteriores, la calidad literaria, histórica y
metodológica de la obra así lo exige.
Arriba
afirmamos que los personajes de la novela hablan de una manera
contundente. Sus frases parecen extraídas
de un tratado político; no son palabras cotidianas, de hombres y mujeres
sencillos; son las que pronuncian Papas, cardenales, generales mercenarios,
príncipes, reyes y jefes de Estado. Pero
aun la esposa de Maquiavelo, sus compañeros de parranda y sus putas ocasionales
hablan con la severidad de quien sabe que habla para la historia.
Ese no es un
defecto de la obra; al contrario, al mantener la continuidad en el lenguaje,
hace que el lector conjugue perfectamente la vida de Maquiavelo con su
entorno. Quien lea esta obra y no haya
leído al florentino previamente, encontrará en ella las claves secretas del
pensamiento político de Maquiavelo, que se nutre no sólo de teoría sino también
de su paso por la práctica política.
Tal vez
para estos efectos hubiera ayudado no abusar del subjuntivo ni de las
conjugaciones en segunda persona del plural.
Si bien es cierto que los españoles de ese tiempo hablaran así, es muy
improbable que los italianos (los florentinos, sobre todo), hablaran con esa
ceremonia y en esos tiempos verbales (¿Vos comprendéis). En el siglo XVI había en Italia muchos
dialectos, pero dos eran los más usados: el romano clásico, descendiente directo
del latín y el florentino, lengua que era romance, pero que incorporaba muchos
vocablos que dejaron los sajones y germanos que los dominaron en distintas
épocas. En descargo del autor hay que
reconocer que la utilización de los adjetivos es impecable; no sólo están de
acuerdo a la cualidad que definen, sino que están perfectamente
contextualizados en la época. Por
ejemplo, el atlético César Borgia no es como Stallone o Charles Atlas; es
“vitrubiano”; es decir, tenía las proporciones perfectas, como ‘el hombre del
Vitrubio’, el célebre dibujo de Leonardo Da Vinci.
V
El Príncipe de Florencia no es una obra de
Jorge Salvador Aguilar, es su obra en ella se resume su pensamiento político y
el autor nos informa del abordaje final de todos sus temas vitales. Aguilar Gómez estudió ciencias políticas en
la UNAM. Allí debió haber tenido las
primeras noticias sobre Maquiavelo y su obra.
En sus ensayos eran comunes las citas del florentino y más frecuentes
sus paráfrasis. Lo estudió tanto que
terminó fundiéndose con él. Su dirección
de correo electrónico nos da noticia de esa obsesión (maquieveloyalgo). El autor estudia a Maquiavelo con la
tenacidad con la que deben perseguirse los temas vitales. Tan es así que al terminar la pesquisa un
equilibrio se rompió en su naturaleza y murió cuando estaba a punto de
presentar su obra. Hay varias buenas
biografías de Maquiavelo; pero ninguna tiene la pasión del escritor
guerrerense, donde advertimos el fuego abrasante de la política, el poder y la
carne.
El escenario es muy amplio; los datos
biográficos de Maquiavelo son un pretexto para que el autor nos lleve al
principio de El Renacimiento, cuando la sociedad europea, inducida por sus
mentes más lúcidas, comienza a levantar la costra oscurantista que la dominó
durante diez siglos. En un correo
electrónico dos semanas antes de su deceso, Jorge Salvador nos explicaba a un
grupo de amigos que fue muy a propósito escoger el Renacimiento como tema de
estudio: “En esa época se fundaron nuestras tradiciones, mitos y modas
políticas, se fincaron nuestros valores y nuestros prejuicios”.
Es un
gran mérito que las peripecias de ese corrimiento nos las muestre un periodista
guerrerense (zirandarense, mejor debería decir). Aquí, donde tenemos uno de los más altos
índices de analfabetismo, hubo un hombre que escogió como tema de sus
reflexiones y su vida a actores lejanos en geografía y en el tiempo, a quienes
estudió apasionadamente, para mostrarnos a un mismo tiempo su extraordinario
talento.
La publicación de El Príncipe de Florencia
se produce en un momento esplendoroso de la cultura guerrerense. Los autores del terruño ganan concursos
nacionales e internacionales, se publican varias revistas de calidad y está en
marcha una campaña intensiva de alfabetización. Con la biografía de Maquiavelo y el estudio
de su entorno político y cultural, la intelectualidad guerrerense repica fuerte
en el Olimpo de las letras.
CORREO CHUAN
Jeremías Marquines ganó el concurso de poesía
Aguascalientes, uno de los más prestigiados galardones en ese género de las
letras; Gustavo Martínez Castellanos ganó un concurso del Instituto Nacional de
Bellas Artes, el fotógrafo Pedro Pardo ganó un concurso internacional con una fotografía
muy cruda, que habla de la violencia en Acapulco. Si a todos esos galardones añadimos la
publicación de buenas revistas como 99Grados, que dirige Edgar Neri, Entre
Líneas, que dirige Allan García y Hojas de Amate, que coordina Gela Manzano,
podemos concluir con alegría que la cultura guerrerense está pasando por un
momento de esplendor. En nuestra tierra
se escriben y publican buenos libros como Las pausas concretas, de Roberto
Ramírez Bravo, El barco que nunca zarpó, de Rubén García y El príncipe de
Florencia, obra póstuma de Jorge Salvador Aguilar.
Los temas de nuestros escritores nos hablan
de la pluralidad de enfoques y de la vastedad de nuestro universo
cultural. Jorge Salvador Aguilar escoge
el Renacimiento y el estudio de Maquiavelo como tema, Gustavo Martínez
Castellanos estudia exhaustivamente la obra de Williams Shakespeare para
proponer “Doce modelos mexicanas para Shakespeare”, Roberto Ramírez Bravo nos
lleva a un paseo por la realidad guerrerense actual y Pedro Pardo nos regala
con su lente un instante cruel pero cierto del Acapulco de estos días. Creo que es sólo el comienzo; si continúa
esta tendencia, el primer cuarto del siglo XXI se conocerá como la Primavera
Guerrerense.
Manuel Añorve dejará la presidencia de
Acapulco para ser diputado por la vía plurinominal (es la única que le quedaba;
en competencia abierta le hubieran ganado con una escoba con trapos). Deja Acapulco con la basura en todas las
calles, con una deuda gigantesca, con un clima de inseguridad terrible y con un
ambiente de incertidumbre que apenas se confirma con el enorme número de
cortinas bajadas. A él ya no le importa,
tendrá un nuevo hueso.
El correo chuan dice que las letras
guerrerenses están de plácemes; nuestros intelectuales avanzan con paso firme
en el Olimpo y está en marcha una campaña de alfabetización que nos traerá
nuevos y mejores lectores. Dice también
que la carrera política de Manuel Añorve es la deuda más cara que pagarán por
años los acapulqueños. Zapata 21 es una
dirección de bellos recuerdos.
E-mail: correochuan@hotmail.com
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