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La "izquierda en Acapulco" y derivados

Víctor Flores Olea/LA JORNADA
 La reunión de la “izquierda amplia” en Acapulco, el pasado fin de semana, con la presencia de dirigentes y representantes de las corrientes mas notorias de la izquierda, encerraba una sorpresa mayor: la ausencia de Andrés Manuel López Obrador.
Estuvieron allí Marcelo Ebrard, gobernadores perredistas y diputados y senadores (en funciones y electos), líderes del PRD, PT y Convergencia quienes, en la “Declaración Política de Guerrero” que suscribieron, exigen al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ser "escrupuloso, exhaustivo e imparcial" al valorar las inconformidades sobre la última elección presidencial presentadas por López Obrador.
De cualquier manera, resulta claro que el tono dominante en ese cónclave fue el de acatar la sentencia de tal órgano, cualesquiera que fuese. respecto a la elección del primero de julio.
Marcelo Ebrard dio lectura a la Declaración recalcando que la sociedad mexicana merece de los magistrados electorales un fallo apegado a derecho, ya que de ellos depende el futuro de la democracia mexicana. La Declaración fue firmada por la representación del PT; por Jesús Zambrano, dirigente nacional del PRD; por los gobernadores Ángel Aguirre Rivero y Gabino Cué, por Marcelo Ebrard y su próximo sucesor Miguel Ángel Mancera, por los gobernadores electos de Morelos y Tabasco, Graco Ramírez y Arturo Núñez y por los próximos coordinadores parlamentarios del PRD.
La izquierda mexicana parece así decidida a superar la etapa postelectoral a que se enfrenta hoy, y enfrentar futuros desafíos políticos, todo indicaría que con Marcelo Ebrard a la cabeza. De todos modos, las grandes interrogantes que surgen después de la reunión de Acapulco se refieren sobre todo al futuro de Andrés Manuel López Obrador y a la cuestión de si esa reunión se hizo o no con el acuerdo del propio AMLO, y de hasta dónde llegaría su consentimiento, ya que por ejemplo Jesús Zambrano no descartó la posibilidad de una próxima alianza en el 2013 con el PAN. Claro está que en primer término también hay serias interrogantes sobre el futuro de la izquierda en México.
La reunión de Acapulco parece implicar cuando menos dos cuestiones claves: 1) la práctica terminación del liderazgo de la izquierda con Andrés Manuel López Obrador a la cabeza, al menos de la izquierda que pudiera considerarse “institucional” (¿?); y 2) la dirección de la izquierda por otras vías y criterios de los esenciales planteados por AMLO hoy y en años recientes. Sin embargo, una cuestión fundamental queda en el aire: la del destino de los “movimientos sociales” (como Morena), también encabezados por AMLO y que pudieran tener una actualización (ampliación) en el futuro dirigidos por el propio tabasqueño.
La cuestión que surge entonces, que no es menor, es la de los posibles conflictos (¿o de todos modos coincidencias?), entre la izquierda social y la institucional (partidos, legisladores, gobiernos), cuya cercanía, colaboración y suma parece por lo demás necesaria para el proyecto viable de una izquierda en México con real significado político, económico y social.
La Declaración de Acapulco parece deslindar una cuestión que todavía se discute en ciertos medios: ¿cuál sería la actitud de López Obrador en el caso de que el Tribunal Federal de la Federación subestime la catarata de pruebas presentadas por él y que, en definitiva, declare plenamente válida la elección del pasado 1º de julio y, por tanto, designe sin más como presidente electo a Enrique Peña Nieto?
Sabemos bien de las presiones del gobierno actual y de los poderes fácticos para que no quede duda sobre la última elección, y mucho menos para que se anule o quede en entredicho. Estos son hechos incontrovertibles. Pero también es absolutamente incontrovertible que la democracia mexicana sigue sin consolidarse, que está lejos de lograrlo, que las últimas elecciones (del pasado 1º de julio) como las del 2006, plantean las más serias dudas sobre su validez, y que en nada han contribuido a estabilizar y consolidar la democracia mexicana. Al contrario, han contribuido a desprestigiarla y a que gran número de mexicanos la vea simplemente (a la llamada democracia) como un “refugio” o “parapeto” para cometer fechorías, trampas, innumerables actos de corrupción o de violación a la legalidad que, en una palabra, fortalecen más los privilegios de los privilegiados. La visión actual de los mexicanos sobre la democracia es la de un término retórico, demagógico e irrealizable bajo las condiciones actuales que los poderosos imponen y no permiten cambiar.
Si no lo interpreto mal, tal ha sido una preocupación mayor de Andrés Manuel López Obrador con la que coincidimos buen número de correligionarios. Tal es una de las mayores fragilidades del actual sistema político y social en México: la no credibilidad en la democracia, desde luego como palabra (manoseada y manchada por mil simulaciones y traiciones), y por el hecho de que, para muchos, la tan traída y llevada democracia es simplemente un “disfraz” o “pantalla” para ocultar aprovechamientos y abusos en muchos órdenes de la vida pública. Después de más de una década en que la palabra “democracia” se ha utilizado con la mayor irresponsabilidad y desacato, nos encontramos en un momento en que su desprestigio es mayor y en que no resulta nada fácil dotarla de un contenido y valor del que nosotros mismos la hemos vaciado radicalmente.
La situación preocupante es que la conciencia amplia de una ausencia casi total de democracia en México, sumada a las injusticias sociales y a la distancias que se ha impuesto entre privilegiados y abandonados, revela también, desde otro ángulo, la casi absoluta ausencia de democracia en nuestro país. Y no sólo eso: los peligros que acechan a un sistema y a una sociedad que en realidad, en los hechos, se ha enfilado por el camino de las distancias irreconciliables e inclusive de los enfrentamientos y rupturas.

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