Por:
Juan López
Woolf
Shonborns era un suizo-austriaco con serias posibilidades de ser un
activo en el exilio de la realeza centroeuropea. Por sus tan refinados modales,
parecía un extraterrestre. Su rostro sonriente y su aquiescencia con nuestra
“raza” lo hacían familiar con los acapulqueños. Tenía fama de gran anfitrión,
por la generosidad de sus fiestas y el caudal de golosinas y vinos, con que
hacía el recibimiento a sus invitados. Yul Brynner, Merle Oberon, Rock Hudson,
Francoise Sagan, fueron luminarias frecuentes de sus bungalows al ras de la
playa, donde el noble ofrecía su mexicana nobleza, a celebridades tan idénticas
a lo que entonces se llamaba jet-set.
Es ley de la vida tener y querer más.
Shonborns deseaba multiplicar su capital construyendo sobre la arena, edificios
de muchos pisos, en régimen de condominio para que, como la espuma, las
ganancias satisficieran su senil ambición. Poderoso, influyente, famoso,
convocó a Rubén Figueroa Figueroa, para que fuera a su feudo como Gobernador de
Guerrero que era.
Figueroa fue. Hubo un recorrido a pie por
las pagodas que emergían entre la flora vasta de un jardín voluptuoso, virgen,
maravilla tropical, seductora:
“Déjeme construir mis edificios en la playa y
yo le regalo a Usted, el frente de mi propiedad, que es todo este terreno que
hemos recorrido y que tiene tantos metros de la Costera, en pleno Costa Azul”.
Algo así le manifestó Woolf a Figueroa. Escuchaban Bella Hernández, Pedro
Valle, Miguel Corsés, Enrique Díaz Clavel y yo.
El gobernante no se inmutó. El extranjero le
estaba ofreciendo a Figueroa un soborno del tamaño de los que ahora Walmart asigna
a los funcionarios proclives y a los políticos endebles: mochada grande,
silencio mutuo.
Sin descomposición facial Don Rubén aceptó
la oferta. “Sólo que me lo escrituras -le ordenó-, a nombre de Fonapas, porque
aquí vamos a hacer La Casa de la Cultura de Acapulco”. Ante el asombro general,
se hizo el trato.
El abogado López Mayrén fue traído ex
profeso para darle a la avenencia los niveles jurídicos a que hubiera lugar:
notario, traslado de dominio, etc.
Desde entonces, lo que pudo haber sido un
bien raíz complementario de la fortuna personal de la famiglia Figuermex, es el
actual oasis cultural de Acapulco: sede de Leonora Carrington, Alejandra Fraustro,
conciertos, libros, pintura, Federico López, poesía y lo mejor del espíritu
creativo de Guerrero, todo gracias al espíritu desprendido de Rubén Figueroa
Figueroa.
Los descendientes cicateros del espléndido
Hijo de Huitzuco, deben maldecir con sobrada frustración que el fundador de la
estirpe haya carecido de apetitos tan ruines y vulgares como los que ellos practican.
PD: “Las manos que dan, nunca estarán
vacías”: Rey Salomón.
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