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Famiglia Priísta




Juan López
   Las batallas políticas en una sociedad democrática no se ganan con los “cuates”: esa clasificación de allegados y cómplices, utilizados como palancas mediáticas, no sirve para convocar a votantes ni estimula a los ciudadanos que desean participar en los asuntos públicos. Las estrategias tampoco han de ser simulaciones de personajes y grupos, atenidos a los obsequios plurinominales. El poder, que es la única ambición de cualquier político, se dispersa y huye de toda posibilidad, cuando quienes invitan al ciudadano, a que se involucre en futuros procesos electorales, son gente tan despistada de las tribulaciones del pueblo, como Héctor Vicario y Rubencito F. Smutny.
   En fecha muy reciente ambos representantes de la canalla política priísta, identificados como integrantes de la famiglia revolucionaria, en el estricto sentido metafórico de las dinastías sicilianas, aparecieron en un evento del PRI municipal de Acapulco para adelantar la renovación política de cuadros y dirigentes, encaminando cuerpo e imagen de quienes intentan, después de Luis Walton, presidir el Ayuntamiento y usufructuar los privilegios del regreso del PRI a la presidencia municipal.
   Es tan patética la falta de pueblo, la orfandad de identidad con los acapulqueños, la ausencia de dialéctica, el despojo de compromiso y argumento social, que si no fuera porque sabemos que estos osados y cínicos, carecen de la mínima posibilidad de hacer realidad sus pesadillas, los electores nos moriríamos de risa.
   Hemos sufrido a los políticos ambiciosos y bárbaros disfrazados de ciudadanos: -¿Dónde están los escombros del Frente Cívico?-¿En qué sitio doliente Zeferino padeces tu gangrena política? Los perredistas rijosos que descubrieron en el gobierno que no es lo mismo atacar-denostar-protestar que administrar honradamente la hacienda pública: ¿Dónde andan?
    La política, esa señora mancillada por léperos e indolentes, espera a que el pueblo decida en su voluntad suprema que gobiernen nuestros estratos públicos, gente con catadura, con solvencia, con voluntad, honor y amor.
   Por ello da grima ver a Héctor sonriente, a Rubencito alegre, dando fe de sus amagos, coqueteando con el futuro, intentando olvidar que nunca han ganado una elección en urnas, que su vaivén legislativo ha sido producto de regalos para la alcurnia a la que ambos pertenecen.
   Esta modalidad, de presentar a emisarios del ayer, antidemocráticos, hechuras de un pasado que se resiste a caducar, no concita ninguna simpatía popular. Al contrario, malogra cualquier indicio de recuperación política y anula las posibilidades de que el PRI recupere el gobierno.
   Lo peor del tricolor no es el exhibicionismo de sus cartas marcadas. Lo triste es que no se apresuren a formar juventudes interesadas en competir políticamente: fuerza nueva, corazones limpios y mentes frescas en vez de reincidir con su chatarra  empedernida, manida e incorregible.
   PD: “El futuro ya no es como era antes”: Grafiti anónimo.

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