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Recomendamos en el cine Vuelve a la vida

Vuelve a la vida

El filme mexicano llega este viernes a las salas de cine.
 
 
…Y la última vez que fui al cine (y pagué) por ver un documental fue… Anda, respóndete, y sabrás mucho sobre tus hábitos de consumo cinéfilo. No se trata de señalarte con el dedo y decir que debes avergonzarte por no ir a ver documentales; más bien, se trata de hacer notar que es poca la oferta, y no hace falta ser un genio para saber la razón: casi nadie arriesga su dinero en producir un documental porque muy poca gente paga por ir a ver uno. Los documentales suelen ser parte del feudo de la televisión y en todo caso de los sistemas de streaming de video.
Así las cosas, la última vez que yo pagué por ver uno fue Chimpancés, el de Disney, en 2012.  No fue la mejor inversión en el año, pero tampoco me siento culpable. Ok, ya viéndolo escrito, sí me siento un poquito culpable. Sin embargo, debo decir que antes había visto un documental-ficción llamado Alamar, y esa sí fue una de las mejores inversiones en mucho tiempo. Viene al caso aquí porque Alamarla produjo Mantarraya films, la misma que está detrás de Vuelve a la vida, la misma de trajo Amour  a México, entre otras producciones “alternativas”. Asociación mental inmediata: estos señores le apuestan a cosas buenas, aunque no sean necesariamente películas que los van a volver millonarios y no son neófitos en el asunto de los documentales. Obviamente, surge la pregunta, ya metidos en este tono de costo-beneficio: ¿es una buena inversión ir a ver Vuelve a la vida? Vayamos por partes.
En primera, si te gustan las sagas de comedia comoLoca academia de policía, es casi seguro que este documental no te va a seducir, por más que te digan que es divertido. Aunque haya un tono claramente juguetón, las risas no salen del equívoco o del pastelazo, sino de la ironía. La producción está salpicada de ese estilo mexicano de narrar oralmente, lleno de clichés, de humor involuntario. En cierta medida es como ver a tus abuelos o a los hermanos de tus abuelos contándote una historia sobre un tío fallecido. Y la parte buena de este documental es que te ríes de la situación, pero sobre todo te ríes de ti mismo, de la forma en la que te enseñaron a mitificar historias, de ver que eres parte de una masa no tan amorfa.
Vuelve
Aquí está la otra parte, la historia. Se supone que al ser un documental no hay un guion, por lo menos no uno tradicional. Hay, en todo caso, dirección, y ahí sí se lleva una palomita Carlos Hagerman, porque su forma de hilar es tan buena que resulta fácil olvidar que hubo una mente coordinando el trabajo y, sobre todo, descartando cientos de horas de testimoniales que pudieron hacer pesado el resultado final.
El marco de este documental, por otra parte, no podía ser más mítico: un Acapulco glamuroso, donde iban a refugiarse celebridades de todo el mundo; vamos, casi el Mónaco mexicano. O sea, un Acapulco que tú no conoces. Y ahí también entra el omnipresente criterio de la ironía, porque cada vez que el documental se quiere poner serio, Carlos Hagerman agrega un ingrediente que rompe, como la música, un testimonial, una foto…
Justo aquí está la última parte. Es un documental divertido, pero serio. Serio en su producción, en su temática, en su concepción. En términos particulares, habla de un acapulqueño peculiar; en términos generales, habla de un estereotipo mexicano de la segunda mitad del siglo XX: un macho seductor, dicharachero y valiente. Sí, ese pariente lejano del que te han hablado durante años. Sí, ese que forjó muchos de los mitos en los que aún nos criaron a muchos. ¿Y la relación costo-beneficio? Fácil: es consumir lo bien hecho en México.
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