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Acapulco secuestrado por la violencia

*Reportaje de Univisión, la principal cadena de TV en EU de habla hispana

Acapulco
El puerto de Acapulco es uno de los atractivos turísticos de México.
- AFP
Acapulco, del paraíso al infierno
FOTOS:  Acapulco, del paraíso al infierno

Del paraíso a la violencia


Al octavo día de cautiverio “Pepe” lloró sin consuelo, algo no visto desde la mañana en que tres sujetos lo sacaron de su negocio a punta de pistola. Los secuestradores ya le habían prometido liberarlo, pero le afectó que la fecha coincidiera con el cumpleaños de su hija.
“¿Por qué chingao lloras?”, le preguntó indiferente uno de los tipos que lo vigilaba.
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Era el octavo y último día de su calvario. “Pepe”, quien pide no revelar su nombre real, reconstruye los hechos y concluye que jamás salió de la colonia donde está su local, que abrió hace 13 años. Ahí mismo lo soltó la banda con esta advertencia: “Que no la haga de pedo tu familia”.
“Pepe” relata su amarga experiencia en un restaurante de la Costera Miguel Alemán, la calle que corre a la par de la bahía de Acapulco, la zona turística “blindada”, según el gobierno. Y la cuenta ya con maletas hechas y teniendo en la mano los boletos de avión con destino a California para él y seis familiares.
“Nunca me visualicé huyendo de Acapulco”, dice este hombre que jura no volver a su ciudad natal —considerada la segunda más violenta del mundo, de acuerdo al Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal— si le va mejor en Estados Unidos.
En Acapulco se respira miedo a pesar de que las autoridades hablan de un descenso del 40% en la tasa delictiva del balneario, lo que atribuyen a la constante vigilancia policiaca y militar.
Con todo, la Oficina Forense (SEMEFO) registraba más de 860 muertes violentas en los primeros siete meses del año, cuatro veces más que en todo el año 2009. El conteo podría ser inexacto. “En más de cien veces los familiares nos ganaron”, revela un empleado de SEMEFO, refiriéndose a las ocasiones en que han regresado sin el muerto este año porque alguien más se lo llevó.
Por otro lado, cada vez están más presentes en las conversaciones de los acapulqueños los raptos y el cobro por derecho de piso a negocios. Las autoridades no dan cifras de denuncias de ninguno de estos delitos.
“Pepe” cuenta que empresarios, conocidos y hasta el hombre que le vendía barbacoa han sido víctimas del secuestro. A este último le cortaron tres dedos.
“Por su atomización, que les ha impedido seguir al mismo ritmo, las bandas se han desplazado a otro tipo de delitos, como la extorsión y el secuestro”, explica Juan Angulo, director del diario El Sur, cuya fachada fue ametrallada hace casi tres años. El periódico ya se ha mudado en dos ocasiones a locales en la Costera.
Hasta el momento se desconoce el motivo del ataque.
El arzobispo Carlos Garfias también percibe un cambio en las actividades del crimen organizado, que han modificado incluso la manera de profesar la fe en el destino turístico (la barda perimetral de una iglesia en la colonia Progreso ha sido electrificada). “Tal parece que el impacto de los hechos violentos han disminuido, lo que no significa que vayan en declive”, señala.

Bajo la desolación


Este verano, hay menos policías federales en las calles de Acapulco (la mayoría de éstos se han quitado la capucha negra) y ya no sobrevuelan a poca distancia de las azoteas los helicópteros de la Policía Federal.
También hay menos retenes de militares (antes sorprendían en las rutas al mercado y las escuelas).
La violencia, desatada desde la descomposición del cártel de los hermanos Beltrán Leyva en 2005 y el surgimiento de distintas bandas de narcos, ha dado cierta tregua: ya no se ve tanto ahorcado en los puentes, menos policías son asesinados y no es tan común la exhibición de cuerpos desmembrados.
Pero el terror no se ha ido de las colonias: apenas oscurece, los negocios bajan sus cortinas y los taxis dejan de circular (los pocos temerarios duplican las tarifas o se niegan a subir a los barrios más peligrosos).
“Es que la noche se presta para hacer cosas malas”, comenta Miguel Dorantes, un anciano taxista (el grupo que inspira mayor confianza en la población) que para a las diez de la noche.
“Hoy Acapulco está en una nueva ruta”, dijo el gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre, en una entrevista reciente. “No dejo de reconocer que tenemos un problema muy serio […] íntimamente ligado a las condiciones de pobreza”, agregó. Él viajó a Florida hace unos meses para atraer más cruceros al puerto. El sector ha caído un 90%, sepultando los remanentes del turismo internacional.
La alerta de viaje de Estados Unidos advierte no ir más allá de la zona turística de primera línea. Se considera de alto riesgo visitar el área del hotel Flamingos, “escondite” de celebridades de Hollywood en la década de 1940. De 2008 a 2012, tres estadounidenses han sido asesinados en Acapulco. La violación de seis españolas y la muerte de un turista belga este año atizaron a la pésima imagen del balneario.
“Yo no tengo miedo”, asegura Linda Grant, una de las pocas norteamericanas que han pasado por el solitario aeropuerto de Acapulco esta temporada. La gran mayoría de los vacacionistas, provenientes del Distrito Federal y el estado de México, llegan por carretera.
Y mientras la señora Grant, de Washington D.C., ha venido a tomar el sol por 12 días, “Pepe” —el acapulqueño que fue secuestrado- y su familia vuelan rumbo a California buscando paz. “Ya estoy en Estados Unidos”, escribió hace unos días en un correo electrónico.

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