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El zócalo de Acapulco, un martirio para turistas



Además de los pocos espacios para estacionarse en las cercanías del zócalo de Acapulco, la zona peatonal de la plaza Juan Alvarez, deja también escasas posibilidades para las familias y se convierte en un martirio para quienes se aventuran a conocer el corazón del puerto.
Los accesos por calle de la Paza, calle Hidalgo, los andadores a los costados de la catedral de Nuestra Señora de la Soledad y por Ignacio de La Llave, así como por la propia costera Migue Alemán, apenas contienen, como camisas de fuerzas, las avanzadas del medio millar de comerciantes ambulantes y semifijos que ofrecen a grito y con altavoces, sus mercancías, muchas de ellas ilegales, ante los ojos cerrados de las autoridades.
La turista Rosa María del Valle Cristian, que vino del estado de Morelos, reconoce que en su estado también hay ambulantaje, pero dice que "el zócalo se respeta; sólo existen algunos vededores con artesanías y no obstruyen el paso, pero aquí es la locura. Qué no habrá autoridades que les ponga un orden?.
Hablando a gritos, con el reportero de Trasfondo informativo, un anciano de unos 60 años de edad, dice que el comercio informal no es nuevo en Acapulco, "pero ni con Félix Salgado, que llenó el zócalo con sus seguidores vendiendo todo tipo de chucherías, estaba tan deplorable como ahora...yo ya sólo vengo un rato porque el ruido de ahroa me aturde".
Doj Chucho, como le dicen quienes lo reconocen y saludan a su paso, tiene razón en hablar a grito; de otro modo no lo podríamos escuchar, pues de un puesto en la esquina de una tienda de prendas de vestir, donde se ofrecen discos y películas piratas, un altavoz despacha un ritmo duranguense, que se confunde con el ritmo grupero que surge de la otra esquina, casi desde donde el histórico cafe Astoria, se niega a morir y desde el fondo, por el rumbo del kiosko, otro sonidazo no se queda atrás y con su propio ritmo tribal, compite por el escaso público-clientela. Y si eso fuera poco, un payaso intenta a grandes voces atraer la atención hacia su espectáculo y una protesta ha colocado su música de protesta y un micrófono desde el cual un hombre lee un comunicado.
Un aparente indigente casi desnudo, urga en los pocos y rebosantes botes de basura, dejando ver unas grandes nalgas negras, que provocan risillas de niñas que pasean de la mano de sus padres.
Sólo se aprecian algunos vigilantes en torno a la treintena de puestos de una feria de artículos escolares, mientras del otro lado una larga hilera de puestos de baratijas que se pasan por artesanías, compite con los vendedoresd de elotes, plátanos fritos y las mesas de restaurantes establecidos que desbordan a sus locales y ocupan mayores espacios en la zona adoquinada.
En torno a la iglesia, en tanto, la santería en todo su esplendor. Imágenes que aseguran ser benditas, velas para los ritos paganos y católicos, escapularios, figuras de yeso y vidrio, ofrecen los milagros a la gente que sólo aguanta unos minutos y sale huyendo del zócalo, que ni siquiera cuenta con un baño suficiente y decente, a no ser un hoyo apestoso del DIF que cobra cuatro pesos por persona, pero en donde hay que tener la paciencia para hacer fila, y una vz usado el retrete buscar una vieja y percudida cubeta para echarle agua.
Al parecer el gobierno del turismo no ha tenido tiempo de ver un zócalo apestoso, pero siempre visitado, en el balneario más importante del Pacífico mexicano.

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