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¿HAY RESPONSABILIDAD FEDERAL Y ESTATAL EN EL CASO DE IGUALA?

   BAJO FUEGO

Fuego en la pradera

  
   José Antonio Rivera Rosales

   En la entrega anterior escribíamos: “Así las cosas, lo que tenemos enfrente es una peligrosa mezcla de enemistades entre el narco, la guerrilla y el movimiento social, que podrían dar la pauta para la intervención de otros factores que, a partir de la fecha emblemática del 2 de octubre, nos conducirían a una situación de ingobernabilidad”.
   “De ser así, en este línea de interpretación de las cosas, pronto tendremos enfrentamientos entre núcleos armados, salpicados de actos de vandalismo y sabotaje que afectarán principalmente a la ciudadanía”, remataba el texto.
   Por desgracia esta previsión comenzó a cumplirse inexorablemente. El comunicado último del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI), el hermano mayor entre las formaciones armadas insurgentes, lo deja muy en claro.
   Guerrero atraviesa por la mayor crisis en su historia contemporánea, que se profundizará si no aparecen los 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa que se hicieron humo aquella fatídica noche del 26 de septiembre. Si no aparecen, estaremos ante un escenario trágico sin duda alguna, pero si aparecen golpeados o maltratados, entonces tendremos aquí la intervención de alguna otra instancia de poder que actuó con fines aviesos esa noche de los cuchillos largos.
   De acuerdo con algunas versiones que han comenzado a trascender, hay todavía alguna esperanza de que los 43 jóvenes, o la mayor parte de ellos, aparezcan vivos en algún lugar de la geografía guerrerense. Hay algún indicio de que pudieran estar retenidos, como para alargar la crisis, por parte de un grupo de hombres armados.
   Sea como sea, es una crisis histórica que pudo haberse evitado.
   En este escenario los gobiernos federal y estatal pecaron de omisión, aunque ahora lo nieguen, mientras que el exalcalde asesino y sus cómplices se solazaban en la sangre derramada.
   El gobierno de la Federación, aunque ahora pretenda lavarse las manos, tiene una amplia responsabilidad porque había informaciones recabadas por la Subprocuraduría Especializada de Investigación contra la Delincuencia Organizada (SEIDO-PGR) desde por lo menos el año anterior, que apuntaban al enriquecimiento inexplicable delexalcalde José Luis Abarca Velázquez. Más cuando se sabía que la esposa, María de los Ángeles Pineda Villa, es nada menos que la hermana de Luis Alberto y Mario Alberto de los mismos apellidos, por esos años los hombres de mayor confianza del capo Arturo Beltrán Leyva.
   Esta es una historia particular que estaba en manos de los federales desde hace mucho tiempo, por lo menos desde septiembre de 2009, meses antes de que Beltrán Leyva falleciera a manos de comandos de elite de la Armada de México.
   Por aquellas fechas, un incidente ocurrido en el puerto de Acapulco dio al traste con la amistad entrañable que mantenían Beltrán Leyva y los hermanos Pineda Villa. De acuerdo con informantes confiables, una posta de vigilancia que el capo mantenía en el puerto interceptó a un individuo que transportaba un cargamento oculto, conocido en el caló de las mafias como “clavo”.
   Según la misma versión, al desempacar se percataron que se trataba de una maleta con cuatro millones de dólares que de inmediato reportaron ante el máximo jefe de esa organización criminal. Al hacer las obligadas indagaciones, el capo se enteró de que los Pineda Villa, pero particularmente El MP, se dedicaban a ejecutar secuestros y asaltos a joyerías a espaldas de su jefe, quien tenía esas actividades estrictamente prohibidas bajo pena de muerte a quien transgrediera.
   Ambos fueron ejecutados por su jefe Beltrán Leyva cuando éste comprobó plenamente las operaciones que los hermanos Pineda desarrollaban a sus espaldas.
   Otra versión que apuntala lo anterior señala que José Luis Abarca era uno de los principales lavadores de dinero del cártel del capo Arturo Beltrán, razón por la cual se enriqueció de la noche de la mañana. La muerte de Beltrán Leyva habría permitido apropiarse de una cantidad indeterminada de dinero en dólares que, junto con su esposa María de los Ángeles Pineda Villa, comenzaron a usufructuar después.
   Al parecer la ejecución de los hermanos y la disposición del dinero ilegal -dinero al fin-, distanció a la familia Pineda Villa del resto de esa organización criminal, lo que los llevó a establecer alianzas con otros grupos con los que mantenía afinidad: los ahora conocidos como “Guerreros Unidos”, fundado por Clotilde Toribio Rentería, el jefe de un clan conocido como Los Calentanos, que antes habían sido parte de la sociedad de los hermanos Beltrán Leyva y sus aliados locales.
   ¿Acaso todo esto lo ignoraban las autoridades federales de inteligencia -léase el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN)- pero, principalmente, la responsable de la persecución del delito, es decir, la PGR?
   Así pues, era claro que el dinero y las relaciones ilícitas del matrimonio Abarca-Pineda eran su fuente de riqueza y de poder, lo que no importó a los principales liderazgos del Partido de la Revolución Democrática, principalmente Lázaro Mazón Alonso, Sebastián de la Rosa Peláez ni Carlos Reyes Torres, quienes deben ser sometidos a investigación por parte de la PGR para que respondan ante esta situación, dado que son los directamente responsables de dar cobijo partidista a esa pareja de delincuentes que llegaron a constituirse como alcalde y primera dama en el municipio de Iguala, para desgracia de los habitantes de esa región.
   Por lo que toca al estado, desde el asesinato del diputado federal Moisés Villanueva, en que resultó implicado el exalcalde de Tlapa, Willy Reyes Ramos, se observó la tendencia oficial de protegerlo del alcance de la ley. El homicidio del síndico de Iguala, Justino Carvajal Salgado, cuya autoría se imputa al exalcalde José Luis Abarca, y el posterior asesinato de Arturo Hernández Cardona y sus compañeros de la Unidad Popular, en mayo de 2013, también revela la tendencia a la inacción que ha existido en el gobierno del estado a pesar de que se trata innegablemente de delitos graves.
   Pasó un año y cuatro meses del homicidio de Hernández Cardona, lapso de tiempo en el que no pasó absolutamente nada. ¿Cómo podemos llamar a esa inacción? ¿Impunidad? ¿Acaso hay otra denominación para ello?
   Si las autoridades federales y estatales hubieran cumplido con su tarea, nunca hubieran sucedido los hechos del 26 de septiembre. ¿Eso o no omisión de responsabilidad?



   

  

  

  
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