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El Chapo y: La guerra que viene

BAJO FUEGO




José Antonio Rivera Rosales

La incursión armada contra la casa natal de Joaquín Guzmán Loera, ocurrida en Sinaloa el mes pasado, debe entenderse como un anuncio al país de días aciagos por venir.
El sábado 11 de junio un comando de aproximadamente 150 hombres armados atacó el rancho de El Chapo Guzmán en Badiraguato, un atentado que nadie en su sano juicio intentaría.
Según reportes de prensa, después del ataque el capo envió 200 hombres fuertemente armados a proteger su terruño y rescatar a su madre, Consuelo Loera, a quien trasladaron en avioneta hacia un lugar desconocido.
El ataque, en el que murieron unas ocho personas al servicio de la familia Guzmán Loera, constituye en realidad un adelanto de la nueva escalada de violencia que en breve sacudirá al país.
La incursión causó extrañeza en la cúpula de seguridad del gobierno federal dado que nadie esperaba que algún grupo organizado lanzara una operación de esa naturaleza, precisamente contra el domicilio donde residía la madre del capo, algo que El Chapo jamás perdonaría.
Empero, en una entrega de esta columna fechada el 30 de noviembre de 2015 (Bajo Fuego 172), titulada “Volver al pasado”, ya se advertía sobre esta escalada que, de acuerdo con diferentes fuentes, obedece a un plan preconcebido por los viejos capos de la droga que pretenden volver por sus fueros, ofensiva que estaría a cargo de Rafael Caro Quintero.
En el cuerpo de esa entrega adelantábamos lo que ya se comienza a materializar en los hechos: “Fuentes conocedoras del entorno en que se desenvolvieron los traficantes de aquella época (los ochenta), consideran que llegó el momento en que las cosas vuelvan a ser como eran antes: es decir, que los traficantes de droga se dediquen a traficarla y que los terceros o cuartos que llegaron a roles de mando se vayan a sus casas…o a una tumba”.
Anotábamos entonces: “Trascendidos dignos de crédito, que coinciden en lo fundamental, apuntan a la misma ruta: varios de los viejos capos resolvieron retornar por sus fueros y en 2016 tomarán el control del tráfico de drogas en México”.
“Ello propiciará, como es lógico suponer, una nueva oleada de violencia por el control de rutas, territorios, logística y droga en todo el escenario nacional, pero particularmente en las áreas geográficas que controlaban originalmente los viejos capos”.
“Según la versión, este proyecto estaría encabezado por Caro Quintero -enfurecido porque el gobierno mexicano pretende despojarlo de una parte substancial de sus capitales, ocultos en otros países, sin tomar en cuenta todos los años que pagó con prisión-.”
“Así, con el respaldo de su riqueza, los capos actuarían en concertación para desplazar a los jefes actuales de las bandas criminales que pululan por todo el país sembrando el terror entre decenas de miles de familias mexicanas (¿recuerdan los 26 mil desaparecidos, que con seguridad están muertos?).”
“Tal como lo describen las fuentes, lo que se avecina en México, probablemente en el segundo semestre de 2016, es una nueva oleada de violencia por el control territorial que muchos delincuentes menores usurparon a los verdaderos jefes del tráfico de drogas, el negocio que pretende restablecer en toda su magnitud esta alianza de barones de la droga”.
“Eso significaría que sus embates estarían dirigidos, también, contra los secuestradores y los extorsionadores que se han volcado a despojar a muchas familias de lo poco que tienen. En la lectura de estos personajes, el narcotráfico volvería a ser lo que era antes: sólo un trasiego de drogas que, en compensación, mantendría una sana distancia de los intereses de la población.”
Hasta aquí las anotaciones de noviembre, en las que advertimos que esta purga comenzaría en el segundo semestre de 2016.
Por desgracia el ataque contra el rancho de La Tuna (junio 11 del año en curso), donde residía Aureliano Guzmán, hermano mayor del capo sinaloense -a quien al parecer buscaban los sicarios-, parece confirmar la versión de una guerra inminente en la que estarían implicados varios de los cárteles que mantienen aún una fuerte presencia en todo el país.
En versiones de prensa comenzó a permear la versión de que quien estaría atrás de esta primera incursión es nada menos que Rafael Caro Quintero, en alianza con los Beltrán Leyva, el Cártel Jalisco Nueva Generación, los Carrillo y otras formaciones delictivas.
¿Pero cómo se explica esta nueva escalada?
Aquí conviene recordar algunos episodios que, a la distancia, pierden significado si no se les encuadra en un contexto determinado de la historia de los cárteles y sus alianzas, muchas veces fallidas.
Cuando en 2001 Guzmán Loera se fugó de la prisión de alta seguridad de Puente Grande, recibió ayuda y cobijo de sus primos los Beltrán Leyva y de los Carrillo Fuentes. Poco después El Chapo les propuso la integración de una “federación de cárteles” que monopolizaría el tráfico de drogas en el país.
Pero los problemas iniciaron cuando comenzó a chocar con Rodolfo Carrillo, a quien sus mayores le habían encargado la operación financiera de la federación, lo que implicaba el control de las utilidades por el tráfico de drogas hacia los Estados Unidos. Según versiones, El Chapo pretendía mayores márgenes de ganancia, a lo que siempre se opuso el llamado Niño de Oro.


Un día de septiembre de 2004 Rodolfo Carrillo y su esposa fueron acribillados en Mazatlán, lo que colocó bajo sospecha a Joaquín Guzmán ante el cartel encabezado por Vicente Carrillo Fuentes. Eso provocó la ruptura entre el cártel de Juárez y el de Sinaloa. No obstante, los hermanos Beltrán Leyva sostuvieron su apoyo al capo sinaloense.
En enero de 2008 las Fuerzas Armadas detuvieron a Alfredo Beltrán, El Mochomo, hermano del capo Arturo Beltrán, el llamado “jefe de jefes”, lo que provocó la furia de quien estaba considerado como uno de los jefes del narcotráfico más respetado por sus contrapartes. Era un consenso de los capos que quien entregó a El Mochomo fue Guzmán Loera.
El encono contra Joaquín Guzmán fue tal que en diferentes ciudades -incluida Acapulco- aparecieron mantas que amenazaban: “Llegarás a la Semana Santa, pero a la Navidad no llegas”. Era una sentencia de muerte lanzada por Arturo Beltrán contra su primo El Chapo Guzmán a quien, para entonces, todos los capos ya consideraban el traidor de la gran familia constituida por los barones de la droga.
Pero quien murió en diciembre de 2009 fue nada menos que Arturo Beltrán, en un operativo lanzado por Fuerzas Especiales de la Armada de México en la ciudad de Cuernavaca. De nuevo, las sospechas se dirigieron contra El Chapo, quien según versiones entregó datos a las fuerzas gubernamentales sobre la ruta que utilizaba Beltrán Leyva para desplazarse entre Morelos y Puebla.
Arturo Beltrán Leyva era contemporáneo de los viejos barones de la droga que durante los ochenta mantuvieron el control del tráfico en todo el territorio, en alianza con Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo, el capo de capos, quien tras su reclusión entregó la estafeta a Amado Carrillo Fuentes El Señor de los Cielos, un jefe narco que mantuvo una férrea paz y control territorial hasta su muerte en la segunda mitad de los noventa. Por entonces Joaquín Guzmán era un simple pistolero protegido por su primo Arturo Beltrán.
Considerando este historial de ofensas, es perfectamente entendible que estamos ante un gran ajuste de cuentas: los agravios de 2004, 2008 y 2009 están por ser cobrados por la nueva alianza de cárteles que, en el trayecto, buscará retomar el control del tráfico de drogas en todo el país.
De acuerdo con versiones confiables que han trascendido, la nueva alianza se erigió entre Caro Quintero -en representación de los viejos capos- con los remanentes del cártel Beltrán Leyva y con los Carrillo pero, sobre todo, con el poderoso Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) fundado a la sombra de Ignacio Nacho Coronel, cártel moderno que mantiene una relación entrañable con los hermanos Beltrán Leyva.
Si esto es así, entonces la incursión de junio contra el rancho familiar de El Chapo Guzmán es apenas el comienzo de una nueva guerra de cárteles de pronósticos reservados, que sin duda incidirá en la vida cotidiana de los ciudadanos de a pie por vía de episodios de violencia que podrían cimbrar al país.
Es bastante probable que la guerra de bandas criminales que actualmente presenciamos, palidezca frente a los embates de los poderosos barones de la droga que están decididos a recuperar sus territorios. Esto es lo que se nos viene encima. A todos los mexicanos.



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