
Los accesos por calle de la Paza, calle Hidalgo, los andadores a los costados de la catedral de Nuestra Señora de la Soledad y por Ignacio de La Llave, así como por la propia costera Migue Alemán, apenas contienen, como camisas de fuerzas, las avanzadas del medio millar de comerciantes ambulantes y semifijos que ofrecen a grito y con altavoces, sus mercancías, muchas de ellas ilegales, ante los ojos cerrados de las autoridades.


Doj Chucho, como le dicen quienes lo reconocen y saludan a su paso, tiene razón en hablar a grito; de otro modo no lo podríamos escuchar, pues de un puesto en la esquina de una tienda de prendas de vestir, donde se ofrecen discos y películas piratas, un altavoz despacha un ritmo duranguense, que se confunde con el ritmo grupero que surge de la otra esquina, casi desde donde el histórico cafe Astoria, se niega a morir y desde el fondo, por el rumbo del kiosko, otro sonidazo no se queda atrás y con su propio ritmo tribal, compite por el escaso público-clientela. Y si eso fuera poco, un payaso intenta a grandes voces atraer la atención hacia su espectáculo y una protesta ha colocado su música de protesta y un micrófono desde el cual un hombre lee un comunicado.

Sólo se aprecian algunos vigilantes en torno a la treintena de puestos de una feria de artículos escolares, mientras del otro lado una larga hilera de puestos de baratijas que se pasan por artesanías, compite con los vendedoresd de elotes, plátanos fritos y las mesas de restaurantes establecidos que desbordan a sus locales y ocupan mayores espacios en la zona adoquinada.
En torno a la iglesia, en tanto, la santería en todo su esplendor. Imágenes que aseguran ser benditas, velas para los ritos paganos y católicos, escapularios, figuras de yeso y vidrio, ofrecen los milagros a la gente que sólo aguanta unos minutos y sale huyendo del zócalo, que ni siquiera cuenta con un baño suficiente y decente, a no ser un hoyo apestoso del DIF que cobra cuatro pesos por persona, pero en donde hay que tener la paciencia para hacer fila, y una vz usado el retrete buscar una vieja y percudida cubeta para echarle agua.
Al parecer el gobierno del turismo no ha tenido tiempo de ver un zócalo apestoso, pero siempre visitado, en el balneario más importante del Pacífico mexicano.
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