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La carnavalización de la cultura

Jeremias Marquines

Sin la presencia  ni el respaldo de los creadores y promotores de cultura del estado, y acompañado de gentes ajenas al desarrollo cultural de Guerrero, el gobernador Ángel Aguirre dio a conocer el decreto para crear la Secretaría de Cultura que ya había anunciado una semana antes en una conferencia en la Ciudad de México.

Porque estaban en un evento del gobernador, sólo unos pocos medios de comunicación se interesaron en cubrir la conferencia de prensa donde el comité de la Semana Altamiranista dio a conocer la programación de este importante y renovado festival que incluye talleres, grupos de alto nivel artístico, programación infantil y conferencias sobre la obra de Ignacio Manuel Altamirano. Dos formas distintas de hacer cultura. Una interesada en la gente, y la otra interesada en los reflectores y la banalidad.

Jeremías Marquines

Me comentaba el narrador mazatleco Juan José Rodríguez (autor de los libros: Con sabor a limonero (1988), El náufrago del mar amarillo (1991), El gran invento del siglo XX (1997), Por aquí pasó la reina (1997) y Asesinato en una lavandería china) que el término carnavalización de la cultura se aplica a aquellos gobiernos estatales que derrochan el dinero público en grandes espectáculos que duran uno o dos días y que, principalmente, sirven para que el gobernador y la burocracia cultural empoderada se tomen la foto y digan que: "no es pose" pero que están convencidos de que este tipo de políticas puede cambiar la realidad violenta que se vive actualmente.

La carnavalización del arte y la cultura, significa en términos de la praxis política, trivialización, banalización, montaje, y en el más profundo de sus atributos, retro-inversión. La carnavalización de las políticas culturales trata de desproblematizar el arte y la cultura en función de una utilidad política momentánea. Es decir, se practica una política cultural al servicio de las necesidades de los gobernantes, de sus planes inmediatista y de su imagen pública. El supuesto beneficio colectivo de estas acciones se puede cuestionar con gran facilidad, porque simplemente no existe.

Para hacer que las acciones culturales favorezcan al gobernante, los encargados de aplicar estas políticas despojan a la cultura de sus contenidos complejos, modeladores de los individuos, para reducirla a una serie de acciones utilitarias que redunden en beneficios de una figura política, en el menor de los casos, esta carnavalización implica que las políticas culturales, originalmente destinadas a la estructuración de mejores individuos, se utilicen como mecanismos de propaganda para incrementar los decadentes mercados turísticos, como estrategia de acompañamiento  de acciones policíacas, o para distraer a la población de sus problemas más inmediatos, con el montaje de grandes espectáculos, con la ilusión de que así el gobernante no sea criticado.

La carnavalización de la cultura es una práctica infame, realizada por gobiernos mediocres y por individuos irresponsables que no se sienten vinculados al futuro de un pueblo. Su objetivo es inmediatista y en este afán, derrochan el presupuesto público que, en otras circunstancias debería invertirse en la creación de mejor infraestructura, en la formación y especialización de creadores y promotores y en la actualización de los contenidos de la ya casi inexistente educación artística que se da en la educación inicial en los estados.

Es un error común de los estados, convertir sus instituciones culturales en agencias de espectáculos, o en agencias de promoción turística por vía de las artesanías y la venta del folclor. Para pueblos con alto rezago en las políticas culturales, la prioridad no debería de ser la promoción de espectáculos donde se fuga el dinero público, tanto como la formación y especialización de sus creadores. Estados como Guerrero, carentes de una decente infraestructura cultural y con una gran necesidad de formación artística, la inversión debería destinarse a suplir estas dos necesidades. Resulta más que urgente la creación una licenciatura en artes escénicas debido a la gran cantidad de ejecutantes en este disciplina o una red estatal de talleres artísticos que al mismo tiempo que forma y perfecciona nuevos  creadores, da ocupación como instructores a artistas con trayectoria.

Pese a todo, por ningún lado se ve que los gobiernos pasen de la carnavalización de la cultura, a una política cultural responsable en función de las necesidades y carencias de las y los ciudadanos, con perspectiva de futuro. En este sentido, el caso de Guerrero es ejemplificante pues hay un gobernador que él mismo ha delineado la política cultural de la entidad como un gran performance, donde el objeto constitutivo es él mismo. Lo que a él se le ocurra puede ocurrir en cualquier lugar, iniciarse en cualquier momento y puede tener cualquier duración.

De esta manera, cree que impostar prácticas culturales copiadas mediocremente del gobierno de Marcelo Ebrard para ejecutar en un estado donde todo es, y no lo suficiente, un estado con carencias culturales elementales, podrá hacerlo ver como un gobernante moderno. La impostura es trasladar algo de alguna otra parte y tratar de encajarlo sin coincidencia en otro medio. La impostura da como resultado lo falso, lo inestable, lo repulsivo, porque es una acción impositiva, no auténtica.

De allí que, en esta lógica de la carnavalización cultural, la cultura como espectáculo de inmediata utilidad política, el gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre haya anunciado la creación de la secretaría de cultura, en la misma conferencia donde dio a conocer el elenco de una malona producción cinematográfica, que para algunos es una telenovela de nombre Morelos, donde el gobierno del estado puso varios miles de pesos y de los que el gobernador ni nadie más ha informado.

Pensando más en la rentabilidad mediática que en una acción cultural honesta, Aguirre Rivero prefirió la impostura que la autenticidad. Prefirió la farsa, la carnavalización cultural y la rentabilidad mediática que honrar la memoria de Ignacio Manuel Altamirano. La conferencia de prensa que dio en el Fuerte de San Diego en Acapulco, la hizo el mismo día y casi a la misma hora que en el municipio de Tixtla se inauguraba la XXIV Semana Altamiranista, esto hizo que un evento netamente artístico y cultural, de mayor trascendencia y utilidad social porque incluye diversos talleres de formación, grupos artísticos de primer nivel y conferencias sobre la obra del llamado padre de la literatura nacional, pasara inadvertido en los medios. Más que un desaire a Altamirano que ya está muerto, fue un desprecio a un pueblo cuyo único pecado es tener ahí mismo a la Normal de Ayotzinapa y de eso anda huyendo en estos días el gobernador.

¿Para qué quiere Ángel Aguirre una secretaría de cultura hecha en los escritorios de la Secretaría General de Gobierno? Es cierto que el IGC es insuficiente para atender la demanda de los 81 municipios del estado, pero ni la Secretaría de Desarrollo Social que maneja más de 500 millones de pesos puede atenderlos. ¿Entonces de qué se trata? ¿Se trata acaso de crear una oficinota más que ahora se llame Secretaría? Y lo principal, ¿cuáles son los lineamientos, el presupuesto, la política cultural que regirá la actuación de esta institución y quién estará a cargo? Porque si se crea una Secretaría de Cultura para que sirva de agencia de promoción turística o de agencia para la contratación de grupos y cantantes de la farándula televisiva, pues no tiene ningún caso elevar a secretaría a un instituto que ya carnavaliza la cultura y es más barato.

LA CONTRA

No hace mucho el IGC anunció la puesta en marcha de un inédito proyecto editorial, transparentado a partir de convocatorias públicas, y supervisado por un jurado de especialistas propuesto por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.  Este programa consta de las siguientes colecciones: Juan Ruiz de Alarcón, Ignacio Manuel Altamirano, Juan García Jiménez,  José Agustín,  Alas y Raíces y Lenguas Indígenas; que abarcan distintos géneros literarios. Un programa editorial muy completo que nunca había existido. Sin embargo ahora, como parte de ese performance del gobernador, donde cualquier cosa que se le ocurra puede pasar en cualquier lugar, iniciarse en cualquier momento y puede tener cualquier duración, en la conferencia de prensa donde dieron a conocer el elenco del telenovelón Morelos, la directora del IGC, anunció otro proyecto editorial a cargo éste de Francisco Montes de Oca -hace años encargado de la colección Sepan cuantos, de Porrúa- en el que se reeditarán obras de escritores clásicos de Guerrero, como Ignacio Manuel Altamirano.. El término escritores clásico de Guerrero es muy abarcador. Primero, hace suponer que Guerrero tiene un montón de escritores "clásicos" ¿cómo cuáles, pregunto yo?, aparte de Alarcón y Altamirano que, dicho sea de paso, no necesita ser más reeditado, pues cada año circulan nuevas ediciones suyas. Una última, es una hermosa edición del Fondo de Cultura Económica, la Fundación para las Letras Mexicanas y la Universidad Nacional Autónoma de México, titulada Para leer la patria diamantina, una antología general que contó con la asesoría de los poetas José Emilio Pacheco y Vicente Quirarte, no creo que el nuevo proyecto editorial clásico del gobernador pueda mejorar esta antología.. Lo que veo en este proyecto no es un afán auténtico por la promoción de la lectura, lo que oculta es un fin de ganancia económica como pasó alguna vez con aquél proyecto editorial del gobierno de René Juárez que reeditó El Quijote en pasta dura a un costo millonario para repartir en un estado donde el 16. 7 por ciento es analfabeta, es decir, 17 de cada 100 personas de 15 años y más, no saben leer ni escribir. El promedio nacional son 7 de cada 100 habitantes, según el último reporte del INEGI. Además, los que sí saben leer, sólo son capaces de leer historietas ilustradas. ¿Entonces es o no es? Si la preocupación por la formación lectora de los guerrerenses fuera honesta, lo que deberían hacer es fortalecer el programa editorial que ya existe, ampliarlo y apoyarlo, pero como no es así, está claro que el interés es otro. Ahí se ven.
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